lunes, febrero 21, 2005

La mujer más bella del mundo

Una mujer muy hermosa camina por la calle, su nombre es Silvia; Tiene el cabello largo, obscuro y lacio; Su cara y sus ojos difunden una luz que enamora al observador a primera vista y su voz es dulce, tierna, con un tono de calma profunda.
Su vestido muestra su delicada figura, delgada, con la intensión de romperse en cualquier instante. En algunos momentos de silencio mientras ella camina por las calles del centro de la ciudad, la gente le mira en secreto, de manera oculta le observan su cuerpo, templo de la noche, flor del desierto. La contemplan paso a paso, y algunos la desnudan con una mirada profunda llena de imaginación solitaria, pensándola como la mujer más hermosa del mundo, recorren con manos inexistentes la piel brillante olor a vainilla, tocan sus labios de cerezos y la besan de manera eterna en lo más etéreo de los sueños.
Ella sigue su camino, observando cada detalle de la arquitectura de tiempos pasados, encuentra en cada rincón un mar de ideas para sembrar en el paraíso de la poesía. Sus pasos inteligentes se detienen en cada balcón donde ha de existir una historia de amor, lugar en donde un nocturno ha de apoderarse de los corazones de las doncellas imaginarias.
Silvia hace adictos a los ojos de los hombres y de las mujeres. Es imposible parpadear cuando se le mira, porque ese instante de parpadeo es un momento que se pierde y que se puede aprovechar contemplando a la mujer más hermosa del mundo, soñando estar con ella, viajar a las estrellas y caer enamorado víctima de lo tóxico de su cuerpo. Es seguro que lentamente al mirarla, el corazón de cada observador se vuelve de piedra, incapaz de amar a la naturaleza e imposibilita el amor a uno mismo. Hasta la sombra pérdida de un jilguero le canta una sonata completa al momento de ver pasar a la estrella más hermosa de la noche, y no falta la orquesta de sueños que cantan en silencio el himno de la alegría.
Los transeúntes detienen su marcha para observar la obra de arte hecha ser humano creada por los dioses. La respiración de cada caminante se acelera como una avalancha de nieve que cae hacia el vacío, como un volcán en erupción y un tornado de sentimientos destruye la calma cotidiana.
La mujer más hermosa del mundo entra en un café mundano donde ha disfrutar de algún elixir para la vida, de la cual se alimenta su infinita belleza, siempre eterna. Toma un té de limón procedente de la luna, templo de los sueños, cementerio de los olvidos.
Hay una luz celestial que emite su sonrisa, la cual ciega los corazones comunes. Un hombre de la mesa contigua la admira en secreto para que ella no se de cuenta y no se moleste. Le observa la sombra de los ojos, eco del tiempo; le mira el par de piernas, frágiles como pétalo de un girasol, espacio perpetuo donde los sueños se siembran con la esperanza de que un día se hagan realidad. La piensa como una sirena pérdida en la tierra de los sueños terrenales, donde se enamora a las mujeres con poesía erótica y las sombras se queman en infierno de la lujuria. Mira sus pies que equilibran con el paisaje amorfo del lugar; y él cae enamorado de manera instantánea.
Ella comienza a sentirse incómoda por el ataque visual de su vecino, ni siquiera se atreve a mirarlo, siente su mirada pesada como un cortaplumas que penetra en la mente, hiriendo la privacidad personal. Siente como la desnudan los ojos cercanos del extraño ser que práctica sexo visual sin consideración alguna.
Silvia se levanta muy enojada y se dirige hacia el morboso personaje de al lado, se detiene enfrente, él no deja de contemplarla; ella comienza a gritarle palabras de hiriente característica como ráfaga de proyectiles. Él, inmóvil estaba viendo algo que él sólo podía ver, pues había muerto de una congestión cerebral fulminante.
La mujer más bella del mundo toma sus cosas y se va caminado por la calle para seguir siendo admirada.

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