viernes, junio 18, 2004

La princesa de la bicicleta

Desde aquí las cosas son un poco grandes y hasta cierto punto incongruentes, incomprensibles a la simple mirada del poco observador.
Todo el mundo ha sido creado a la altura de los adultos, nosotros los niños tenemos que sufrir el trauma de no alcanzar el piso con nuestros pies cuando nos sentamos en cualquier silla, de no poder ir a donde se desee, ya que después de las ocho directo a la cama. Pero a pesar de grandes y pequeñas diferencias en algunas cosas hemos coincidido.
La descubrí una tarde de abril. Montada en su bicicleta, con su uniforme del colegio donde seguramente estudiaba y no lo pretendía como yo en realidad lo hacía.
Sus cabellos eran largos y brillantes como la luz del sol de la mañana, sus ojos grandes y profundos como un mar de lágrimas por los que los sueños navegan; su sonrisa blanca, dulce, transparente. Sus labios tan tiernos como la noche de luna llena, su piel de arena, su sombra bien iluminada.
Todos los días salía en su bicicleta a la misma hora después de comer y yo estuve allí para corroborarlo.
Desde aquel extraño día en que la había visto por primera vez se había vuelto mi adicción. Mi día comenzaba por la mañana imaginando las palabras que debía pronunciar para que pudiera caer victima del veneno de mi corazón; por las noches, seguía con mis pensamientos, la soñaba junto a mí, eternamente.
Con el tiempo mi necesidad de amarla se había transformado en un monstruo de mil cabezas. No podía pensar en otra cosa, respiraba por ella.
También pude conocer su nombre, el día en que sin nada que hacer más que mirarla y mirarla, su abuelo le había gritado por la calle para que la acompañara a la iglesia.
¡Isabel¡ - era su nombre.
Sin pensarlo ahora el viento también sabía el nombre de mi princesa imaginaria. Debía darme prisa con mis planes. De seguro el viento también se había enamorado de ella e intentaría arrebatarme su corazón. Ahora el tiempo se me acababa. Realmente deseaba detener el tiempo, pero este nunca lo hizo.
Así pues en el mes de noviembre, mi plan se llevaría acabo.
Primero escribí cada palabra que debía pronunciar, luego las memoricé una por una, hasta que eran parte de mí y de mí sombra. Después me coloqué en la esquina donde ella aparecería unos minutos después. Esto era de vida o muerte. El tiempo transcurría lento y amargo.
Y estaba ella. Con su uniforme limpio, sus calcetas blancas, sus zapatos negros. Su mirada me hipnotizó lentamente hasta que mi corazón se hizo de piedra.
Así que comencé a caminar por la banqueta para detenerme justo en frente, pero a unos pasos de distancia, el viento empezó a golpear más fuerte que nunca hasta que Isabel cayó al suelo. Esa era mi oportunidad de acercarme, de pararme frente a ella y después levantarla, ayudarla y convertirme en su héroe. Todo eso pasó por mi mente. Me acerqué a ella , paso tras paso, sueño tras sueño y cuando estuve delante de la hermosa princesa de la bicicleta mis pies no se detuvieron y me seguí de frente dejándola atrás para siempre, guardada en el olvido, generadora de mis penas, muerte a mi corazón.
Desde entonces comprendí que los adultos y los niños soñamos en cada amanecer, en esa historia que nunca sucedió pero pudo serlo en algún momento y posiblemente esa historia que no existió fue el camino corto, un atajo hacia el paraíso que no tomamos y preferimos tomar el camino largo por estar atemorizados de nosotros mismos

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó realmente...

WIFI EN LA LUNA dijo...

Gracias...