lunes, marzo 21, 2005

Doña Catalina de Luna

El tiempo se va agotando de tanto navegar en el mar de la vida, tantos días, tantas islas, mares, olvido. Cada mañana nueva trae consigo una carga de esperanza, fe contra el olvido, veneno para vivir. El sol comienza su aparición ante nuestros ojos y nos platica sus historias infinitas y marchitas por el tiempo. El canto de las aves también comienza; cada opereta, cada compás que nos llena de vida y nos da energía para continuar el largo camino.
Cada segundo va caminando delante de nuestros pies, silencioso, va agonizando para después desaparecer en la nada. Caminan los minutos como soldados de plomo marchando hacia la batalla contra la soledad, guerra que jamás se gana, nunca termina. Las horas se desvanecen lentamente en el aire robándonos el tiempo perdido. Se acerca la hora de partir, allí está, nos saluda.
Doña Catalina de Luna se levanta con todo y sus ochenta años de vida y sale hacia la calle. Lleva con ella el recuerdo de la fortuna que tuvo de niña y la pobreza que tiene ahora. También lleva junto al brazo un bote con paletas de dulce. Se dirige como casi todos los días en que se encuentra estable de salud a su esquina. La calle donde trabaja debe ser merecedora de su nombre. Es de ella más que nadie. Ha estado en ella desde hace mucho tiempo, esperando la llamada de los ángeles que se niegan a hacerlo.
Hoy es un día ligeramente soleado, sin contradicciones en el mundo de Doña Catalina. La fila de automóviles ya forma una gran línea como hormigas trabajando. Va pasando auto por auto y de vez en cuando alguien le compra algo. Será por antojo o por la tristeza que emanan sus ojos de luna llena.
Doña Catalina de Luna es la única vendedora de paletas que lleva el servicio de venta personalizada auto por auto en la ciudad. En eso se podría considerar pionera. Ella no es una pordiosera o un mendigo, todo lo contrario, huele a limpio, a jabón, a abuela. Sus vestidos largos no llevan ninguna mancha, ni siquiera el polvo se atreve a tocarla. Hay quien cuenta que nunca renunció a su virginidad, pero ese no es un hecho confirmando. Nadie lo sabe en realidad. Por raro que parezca todos los días acaba por vender todas las paletas, grandes y pequeñas, rojas, amarillas de piña, verdes limón y también de dulce de leche.
Cuando camina por la calle con sus pasos lentos, la soledad que carga en los hombros se va notando. Cada paso se vuelve más pesado. Arrastra los pies inconscientemente, Un paso y otro paso. Un paso más y pronto llegará a su pequeña morada. Ahora parte de la gran ciudad, pero en sus buenos tiempos la casa estaba muy afuera del mar de gente, de sus ruidos, olores y costumbres inhumanas. Todo cambia, menos el paso del tiempo, la soledad, la tristeza y el vender paletas.
Esta semana Doña Catalina fue casi todos los días de la semana a trabajar menos el miércoles, ya que le dolían los pies y se quedó acostada todo el día, hasta que la noche cayó en la ciudad y la luna hizo su aparición por la ventana de la casa, ella es pariente de la luna, descendiente del reino de las noches, sus sueños salen por la ventana a trepar las paredes como gatos y cantar como bruja del medievo.
Su casa no es grande. Consta de dos cuartos y un pequeño baño, una recamara antigua, una pequeña mesa ya apolillada y una bañera blanca con manchas de oxido y sarro en las patas. No hay ningún cuadro, ni una fotografía. No hay nada más. Ni siquiera flores, que en estos tiempos de gran soledad puede considerarse un delito de gravedad, penalizado con cadena perpetua en la cárcel del olvido.
Doña Catalina de Luna no siempre vivió de esta manera. Cuando era pequeña vivía en Puerto Bello cerca de Malecón. Allí vivió una infancia feliz junto a su familia y en especial con su hermano Adriano. El Fue un niño enigmático, plagado de misterios mágicos. Terminada la niñez, Catalina estudiaba en el colegio de Artes para mujeres donde asistían todas las niñas de los acaudalados del país. Allí tuvo pocas amigas. Adriano de Luna estudiaba medicina, profesión heredada de su padre y de su abuelo, tradición de generación de generación, que no tenía fin.
Desde el balcón de Catalina se escuchaban los sonidos de los barcos que partían hacia todos los continentes, también se podía observar el gran faro que iluminaba circularmente Puerto Bello. Vuelta tras vuelta la luz que emitía cansaba la vista de Catalina y esta caía viento en popa en la cama para comenzar a soñar. Ella soñaba en grandes campos de flores, amarillas, rojas y blancas, ese era su sueño favorito. Caminaba entre los campos interminables, tomando con las manos algunas flores multicolores.
Hoy es martes. Un día especial para Doña Catalina de Luna. Se levanta temprano y desayuna avena caliente. Se coloca unas gotas de agua de colonia y se dirige a la Iglesia de Nuestra Señora de Gertrudis. Allí reza un par de suplicas y descansa su alma un momento. Después se dirige a la esquina donde vende las paletas de dulce, espera que se acaben para regresar a casa y descansar. «Mañana será otro día para vender paletas» declara al aire Catalina.
El hecho de vender paletas en la calle tiene su parte positiva; ya que los niños son los principales clientes y la sonrisa de casa uno de ellos refleja la felicidad auténtica de la cual hay que alimentarse. Niños y niñas de todas las escuelas y de todos los tamaños esperan el regreso a casa para así poder disfrutar de las paletas que trae Doña Catalina de Luna.
La luna azul y el destello del sol hacen que vayan pasando los días, uno tras otro en interminable fila, en infinita cascada de tiempo, siempre vendiendo, rezando, durmiendo; soñando en aquellas embarcaciones que venían de China, de España, de Argentina, soñando en el reflejo del sol en el agua salada del mar, en el gran faro, en Adriano. Tantos recuerdos, tantas lágrimas derramadas en el olvido.
Mañana será martes, el día de Adriano, el día de su desaparición de este mundo, en la cual Doña Catalina de Luna gastó toda su fortuna heredada para poder encontrarlo, centavo tras centavo pagaba a aventureros de todo el mundo, a psíquicos, a todo aquel ente que le diera algo de información al respecto. No faltaron lo aprovechados mentirosos, pero Catalina nunca perdió la esperanza. Y aún hoy sigue en esa larga espera.
Ella recuerda el gran martes de Adriano. Estaban los dos a la orilla del puerto, se veía la luna completamente roja, augurando algo negativo; en un momento de juego los dos cerraron los ojos, y ella comenzó a ver esos campos de flores infinitos, donde se encuentran los sueños más bonitos, y al abrir los ojos descubrió que él ya no estaba allí, se había ido para siempre. Todos en el pueblo lo buscaron y jamás hallaron algo, por lo que se supuso que había muerto en el mar. Los padres de Catalina al morir le habían hecho prometer que encontraría a su hermano de sangre, promesa que nunca se cumplió, ahora ya es tarde para eso, es tiempo de ir a observar las sonrisas de los niños, la cual es el elixir de la vida, aleja a los malos espíritus, es la cura de la soledad y disminuye la depresión existencialista.
Doña Catalina de Luna se levanta por la mañana y al poco tiempo se dirige hacia la esquina de siempre, invocando a la rutina monótona, comienza con la vendimia de paletas de todos colores. Los niños hacen su aparición en el teatro de la vida. Uno tras otro disfrutan la golosina encantada. El tiempo camina a gatas, lento y aburrido. El calor hace que la ropa se pegue a la piel, simulando las velas de un velero en alta mar. Cansada se sienta un instante en la acera y cierra los ojos desgastados para evitar que el polvo entre en ellos. Observa una silueta detrás de ella. Se levanta y trata de mirar a la sombra. « ¿ Disculpe señora, es usted Catalina de Luna? » Ella si decir ninguna palabra le muestra el bote de paletas que siempre carga en manos esperando a que el cliente escogiera alguna. « No me reconoce» «Soy tu hermano Adriano»
Catalina de Luna lo observó y no pudo pronunciar algún sonido. El recién aparecido se acercó a ella y la abrazó. Ella temblando dejó caer el bote de paletas multicolores, y estas cayeron simulando una cascada de colores.
El tiempo detiene la imagen que queda congelada, ahora Doña Catalina de Luna se ha ido a aquel campo de flores infinitas que siempre soñaba, pero esta vez ha cumplido su promesa.

No hay comentarios.: